jueves, 9 de mayo de 2013

Episodio primero: El juguete

Como buen trabajador que era, siempre he tenido mis costumbres. Me levantaba cada mañana para ir a trabajar, trabajaba en un pequeño bar en la esquina del típico parque donde los niños cuando salen de la escuela. Cuando no habían clientes ni trabajo que hacer, me detenía a disfrutar observando la vitalidad de los niños niños que jugaban. Algunos jugaban a la pelota, otros padres y madres y un grupo muy reducido siempre estaba jugando a modos un tanto especiales. Lo recuerdo como si fuera hoy, algunos niños solían llevar juegos interactivos en el parque, ya que estos juguetes se iniciaron cuando yo tenía veinte años. Nadie conocía el origen ni el mecanismo de las pulseras de realidad virtual y cualquier persona que los viera y no lo hubiera probado pensaría que los enanos estaban tocados del ala. Yo no supe que hacían estos niños hasta que me lo contó uno de los abuelos del parque, durante un descanso a la hora de comer que yo miraba muy extrañado directamente a un par de niños. Aquella juguete me parecía fascinante, tantas eran las ganas de probar una que empecé a ahorrar al máximo, sin gastar un centavo en nada más. Mi vida era cien por cien monótona, y, por que me habían contado, aquel juguete era la solución para salir de esta monotonía. Y así fue, cinco años después reuní la cantidad necesaria para comprar una de las que ya se habían quedado anticuadas, las ofertas del stocks eran mucho más que razonables, pero durante este cinco años, cada vez que lo hablaba con algún cliente del bar, me respondían que sólo era un juguete para niños pequeños. Igualmente, me decidí a comprarla, deseaba aquella pulsera como un niño pequeño desea la llegada del día de navidad, las fiestas de cumpleaños o las vacaciones de verano. Cuando ya tenía suficiente dinero para una pulsera vieja, la avaricia se apoderó de mí construyendo hacerme una necesidad irracional de tener una nueva. Como sí del destino se tratara, la vi, en la misma calle saliendo del parque de trabajo, justo delante de la estación de tren. Sí, una pulsera rebajada al noventa y cinco por ciento de descuento, era de segunda mano, pero era asequible. Fui al cajero más cercano corrientes, como si me persiguiera un centenar de bestias y saqué todo lo que tenía y más. Los números les pulsar totalmente al azar y volví a la tienda de artículos de segunda mano a toda prisa. Habían dos kilómetros de distancia, de ida eran de bajada pero correr de vuelta era agotador. A mitad de camino parecía que el pecho quisiera salirse de mi cuerpo, mi respiración era exagerada y con la mano pegada al pecho pulsando fuerza, seguí hasta que llegué. Pero ya era demasiado tarde, ya habían cerrado, y donde estaba antes la pulsera de juegos interactivos había un cartel muy deprimente de color blanco en el que habían escrito con permanente negro la palabra "agotado". Aquella imagen me acompañaría durante un duro pero corto periodo de ese día. Para acabar de fastidiar el día, en ese preciso instante se puso a llover. Empapado y triste me dirigí al tren, donde mi tarjeta empapada de agua se negaba a ser leída por la puerta de acceso. Lo dudé unos instantes, pero lo hice, no podía pasar la tarjeta ni comprarme otro, ya que la lluvia había destorçat todo mi dinero dejando una masa blanca y asquerosa en mi bolsillo. Esperé esperar a que pasara alguien para colarme. Pasó un hombre vestido con una ropa que parecía la ropa de la burguesía del siglo diecinueve, aquel hombre, que a simple vista, creo que cualquiera diría que es un adinerado. Pasé por detrás y me sentarme en un banco de piedra a su lado. Pasaron varios trenes de transporte de carbón, abiertos, sin techo, y podía ver un montón de cosas entre el carbón en cada uno de los trenes que pasaban, juguetes antiguos, armas, muebles y un montón de cosas sin sentido repartidas entre el carbón . El hombre subió en uno de estos trenes de mercancías y justamente cuando parecía que iba a subir, el tren se detuvo. Un niño pequeño de aquellos repelentes y mimados chillaba y lloriqueaba por haber perdido su juguete, un juguete que se le había perdido a su padre y que yo estaba viendo a mi lado, a unos centímetros de mí había una pulsera de color transparente donde antes el hombre estaba sentado. Había que quién era e incluso así la avaricia me ganó y me la puse ocultando la mano detrás. El hombre se volvió, dio media vuelta y comenzó a buscarla, la buscaba por las papeleras, la buscaba por tierra como si fuera una aguja, parecía que estuviera buscándola para hacer feliz a ese niño que podía ser perfectamente su limpio. Mientras más la buscaba, mi cara iba entristeciendo con mi sentimiento de culpabilidad, el niño llorando, la lluvia y el sentimiento de culpabilidad surgieron e intenté devolverle a su dueño, pero él me respondió, "ahora se tu ", ya continuación le gritó a su nieto" aquí no está, en que tienes pensado engancharte ahora? "

No hay comentarios:

Publicar un comentario